28 de noviembre de 2011

Vecinas


En aquel vecindario algunas madres primerizas se hicieron amigas, otras encontraron a las cómplices perfectas y todas, más tarde, después de lo hijos criados, se despertaron abuelas y continuaron llorando sin anestesia en los rellanos de las escaleras, en procesión, a cualquier hora del mes, velando las huellas pringosas de las desgracias propias y ajenas.
Unas y otras conocían con precisión los quehaceres y rutinas de las vidas de sus vecinas: el canto del gallo de los despertadores, los estampados de sus batas y zapatillas, el sabor de sus lágrimas, el olor del café del desayuno, el número de prendas de la colada, las caricias forzadas y las obsesiones de los maridos, el silbido de la olla, la paella de los domingos, las manchas de los delantales, los ataques de reuma, la hora de apagar la luz, las traiciones de los sueños.
Juntas se afanaban en recomponer, a golpe de máquina de coser y agujas de ganchillo, los descosidos en sus relaciones matrimoniales, y si fracasaban se lanzaban, tomadas de la mano, al pozo del silencio a ocultar sus heridas mal curadas.
Aquel vecindario se mantenía unido a pesar de tantas décadas y cicatrices, gracias al paso de días y estrellas, al pacto inmaterial que las engrandecía.
Sus mujeres se hicieron fuertes en las horas clandestinas de confesiones sin edulcorantes, urdiendo códigos inocentes de fidelidad y compasión entre ellas. Parapetadas detrás de las puertas, asomadas a sus mirillas, tan indiscretas, tan protectoras, siempre alerta, atesorando el poder de esquivar lo inevitable.

para Ellas, por tanta ternura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A parte de bonito , el collar, un texto muy especial, igual que las madres.
Un beso, yo,yo,yo,yo,yo.....