los postigos y ventanas.
El aire frío entró de la mano de la luz matinal.
Se perdió el olor a cerrado
y el jardín se instaló en las estancias dormidas.
Deambuló de un lado a otro
sin saber muy bien por dónde empezar.
Sus planes se esfumaron en el polvo de los muebles,
se asomó al balcón buscando el paisaje,
la armonía desordenada del espacio abierto.
El vuelo de las cigüeñas del campanario
la devolvió al interior.
Bajó a la cocina, calentó agua,
y plácidamente
esperó el instante ideal,
reconfortante de un té.
1 comentario:
Como me gustaria tomar ese té en esa casa la cual parece muy acogedora, en el rellano de la puerta cuando ya seamos mayorcitos y nos contemos nuestrs batallitas.La pesadita.
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