5 de marzo de 2013

Dichas y cuentos


A mi familia de ultramar

Ya desde bien chiquita la niña Violeta sufría de patatuses.
Cansona y ceñuda fundió la paciencia de propios y ajenos
con sobredosis de lloros, gritos de loquita y pateadas en el piso.
A Violeta la enojaba el mundo en general y el batir de alas
de mariposa en particular.
Hartos los papás de su insolencia a deshoras y su histeria sin ton ni son, 
decidieron atajar sin más demora tan arrebatado desvarío filial.
Invocaron, con sus manos sobre el volcán de harina, las virtudes de sus antepasados, y sin remilgos, formularon con un poquitico de esto y otra pizquitica de aquello, la masita para la torta de cumpleaños de su malhumorado retoño.
Milagrosa resultó aquella tortica preñada de frutas y amor, como caída del cielo y amasada por algún rubio querubín. 
Después de probar su pedacito con velita rosada, Violeta se volvió del revés. 
Se mostraba dichosa, parada desde el primer rayo de luz con una sonrisa de miel, toda linda, abizcochada para siempre.